Ana Fernández, manipuladora de cosméticos en Madrid había llegado a los 40 años sin tener hijos, sin ningún motivo aparente. Quizá tenía la intuición de que ser madre era algo muy complicado, quizá tenía miedos que no sabía identificar y que prefería dejar de lado. Con su pareja no tenía una decisión en firme sobre si tener hijos o no. “Si viene, viene”.

Sin embargo un día ocurrió algo inesperado. Corría el mes de noviembre de 2018 y Ana se metería de la noche a la mañana en la aventura más difícil de su vida y que haría sacar de ella una fortaleza desconocida. La ginecóloga le dijo que estaba embarazada, pero además de gemelas, y uno de los fetos venía con una mal formación, no tenía posibilidades de sobrevivir. Ana visualizó todas esas palabras y entró en shock. La ginecóloga le dijo “puedes llorar si quieres”.

Aquí comenzó un viaje que hizo que Ana conociera lo más oscuro de la vida y también toda la luz que hay dentro de ella para hacerle frente. Conoció la energía sobrehumana que se puede llegar a encauzar para sacar adelante a un bebé.

Fue un embarazo traumático y de alto riesgo. Una de las pequeñas sí tenía posibilidades de salir adelante, pero con muchas dificultades. Los médicos le dijeron “todo esto es muy complicado, si quieres se puede parar aquí y que más adelante intentéis un embarazo normal”. Pero Ana se negó. Si podía salvar a una de las pequeñas, lo haría. Esa decisión fue el primer destello de la madre coraje que llevaba dentro y que iría sacando más y más cada día que pasaba.

Superando todo tipo de adversidades

En casa, Ana vomitaba todo lo que comía. En una ocasión se desplomó por hiperénesis en el médico. Tenía mareos y fuertes bajadas de tensión, lo que podía provocar que tuviera que ir al baño a rastras o que no se tuviera en pie para ducharse. Sangraba, la amenaza de aborto era permanente. Un día le dió un bajón tal que la enfermera no le detectaba la tensión. Ana estaba en todo momento preocupada por si el bebé estaba bien, llegando a sentir verdadera obsesión por que no se le rompiera la bolsa amniótica. “No tengo fotos del embarazo, no quería ilusionarme”, señala. Era su manera de mantenerse entera.

Después de un proceso complicadísimo para savarle la vida a su hija, Ana por fin da a luz en la primavera de 2019. El bebé nace después de apenas 6 meses de embarazo, pesando 900 gramos y con graves problemas respiratorios. Y va directo a la UCI, donde permanecería durante 6 semanas. La pequeña tuvo que estar hasta 3 meses en obervación en el hospital, superando todo tipo de adversidades, antes de poder irse a casa con mamá y papá.

La primera gran meta había sido conseguida y eso suponía un alivio enorme, sin embargo los problemas no se acabarían al llegar a casa. La bebé arrastraba un derrame cerebral de grado 4 (el más grande que hay), una displasia broncopulmonar crónica y una enfermedad por reflujo (es decir siente ardor al tragar por lo que acaba asociando la comida con el dolor), en consecuencia a los pocos meses de nacer la bebé se vuelve anoréxica. Las visitas a los hospitales y al neurólogo son un día sí y otro también, no saben siquiera si su hija iba a ser capaz de gatear, y todo esto va minando el estado anímico de Ana. En un nuevo destello de coraje, decide pedir ayuda.


Ana relata que “cuando contacté con Mariano de los Santos estaba muy mal, muy deprimida, no veía salida, estaba en un momento muy negro de mi vida. En ningún momento me rendí, pero estaba con muchos sentimientos negativos y mucha pesadez de cosas que llevaba que no estaba consiguendo solucionar. Tenía mucha ira y sentía mucha culpa porque había veces que tenía pensamientos negativos relacionados con la maternidad, y eso me hacía sentirme muy mal. No era capaz de estar con mi hija con un ánimo y una energía positiva, arrastraba tantas experiencias negativas que ya no me sentía capaz de afrontarlas. La niña no comía y no conseguíamos que evolucionara bien. Eso me agobiaba mucho y no era capaz de tener la paciencia suficiente por todo lo que ya había acumulado anteriormente. Mi hija era una niña muy chiquitita, muy inmadura y muy complicada, y yo estaba cansada de hospitales, de rehabilitaciones, de médicos, de todo”.

En efecto el problema más preocupante fue cuando la niña, con apenas unos meses de edad, empezó a dejar de comer. Ana cuenta que “mi hija tenía anorexia del lactante, es decir, para darla de comer la mayoría de las veces teníamos que dormirla para que se tomara un biberón. Despierta no comía nada, porque asociaba comida con dolor. Yo no sabía cómo afrontarlo porque la frustración era tremenda. Creo que influí muy negativamente en mi hija con mi estado de ánimo, es algo que descubrí después durante las sesiones”.

“Mi hija y yo somos una”

El trabajo que Ana abordó junto con Mariano le sirvió para conectar con sus fortalezas y dejar atrás las emociones negativas. “Realmente yo me dejé llevar mucho por lo que me decía Mariano. El intentar estar bien yo en primer lugar para dejar de sentirme culpable por lo que yo podía haber hecho mal o me creía que hacia mal, o porque tenía pensamientos feos. Me pesaba muchísimo la maternidad por cómo la estaba viviendo y pude reconciliarme con todo eso y sentirme tranquila. Después de cada sesión me sentía mucho mejor”, afirma Ana.

Además, Ana destaca que durante las sesiones se ha reafirmado en algunas cosas importantes: “Tengo clarísimo que mi hija y yo somos una. Si mi hija está bien yo estoy bien, y si yo estoy bien mi hija está bien. Pueden haber cosas físicas que no están en mi mano, pero lo psicológico influye muchísimo en un bebé, y me he dado cuenta de que nuestro vínculo lo tenemos muy fuerte. Así es como he podido conectar con mi maternidad desde un lado positivo y empezar a disfrutarla”.

Ahora Ana está afrontando su día a día de una manera muy diferente. Señala que “he notado que aunque a mi hija le duela al comer, si yo lo afronto de una manera paciente, dejando de lado la visceralidad y la impotencia, eso le influye positivamente. Lo que más rescato del trabajo con Mariano es que me ha ayudado a sentirme en equilibrio y en paz con muchas cosas. Llevaba un embarazo malísimo, una maternidad malísima, y he aprendido a aceptar y disfrutar mi maternidad tal y cómo es. Creo que el hecho de que como madre quiera mejorar y quiera sentirme en equilibrio le beneficia a mi hija en todo: en tener un vínculo con su mamá bien hecho, estar más contenta, cercana, risueña, jugar más, disfrutar más del juego, de mamá, etc… creo que se genera una dinámica en positivo”.

Los problemas no se han acabado pero ahora su bebé tiene cerca de 1 añito y no sólo ha sido capaz de gatear sino que incluso ya ha empezado a caminar. Sigue en observación y con alimentación complementaria pero el derrame cerebral ha desaparecido y ya no tiene anorexia. La zona de peligro va quedando cada vez más lejos y la niña cada día sonríe más. Con una madre así, tan fuerte, tan valiente y tan amorosa, no nos extraña. ¡Enhorabuena familia!

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